Trataba sobre una
persona que llevaba a cuestas una biblioteca. Con su fardo cargado de libros
iba a todos aquellos lugares a los que solo había llegado la pobreza, los
desastres o las guerras. Repartía libros entre los jóvenes y los niños, y entre
los más mayores. Y se quedaba una temporada para que todos tuvieran tiempo de
leer sus historias. Así los niños podían soñar con patas de palo y polvo de
hadas, alas de mosca y agua de luna; los jóvenes con amores y desamores, con
cometas en el aire; los mayores, con otros cielos, otras vidas, otras tierras,
con el frágil hilo que une los sueños a la esperanza.
Qué hermosa idea la de
poder llegar con una biblioteca a todas partes. Una biblioteca ambulante.
Porque una biblioteca se puede llevar en una maleta, en una bicicleta, en unas alforjas
o en el fondo del zurrón. Incluso ahora, con los tiempos que corren, hasta en
la palma de la mano. O en el bolsillo del pantalón. Qué bella idea la de
transportar tu propia biblioteca, y acceder a su contenido bajo la sombra de
una encina.
Les revelaré algo que
muy pocos saben: las tortugas gigantes son auténticas bibliotecas ambulantes.
Me refiero a las tortugas gigantes del Pacífico, las que llegan siempre tarde a
todo lo que acontece. Y es que son tan pesadas, es tan lento su caminar, que
cuando consiguen llegar ha pasado todo y ya no ocurre nada. Si quieren
enterarse de algo han de pedir que les cuenten lo ocurrido. Las tortugas
gigantes guardan todas las historias dentro de su caparazón y, al ser tan
longevas, mantienen viva la memoria de las islas. Nada queda en el olvido.
En las bibliotecas - ya
se lleven en un zurrón, en un caparazón o en una maleta, ya sean estables o ambulantes-,
el tiempo parece detenerse. En su interior, las personas deambulan de acá para
allá, sin bullicio, cuidadosas. En ocasiones hasta se puede escuchar el
murmullo de las palabras volando entre los estantes.
Al entrar en una
biblioteca nos transformamos en tortugas gigantes. Tortugas gigantes de
bibliotecas. Miramos, buscamos, deseamos comer higos chumbos. Caminamos
despacio apartando las prisas. Preguntamos, escuchamos, agradecemos,
encontramos, acariciamos con el índice los lomos, tocamos, abrimos. Una lágrima
resbala por nuestra mejilla y se detiene en los labios.
Leemos:
" Con su fardo en
el hombro recorría los estrechos senderos por los que casi nadie caminaba. Llegaba
así con los libros de su particular biblioteca a las alquerías más alejadas, a
los cortijos y poblachos de las sierras, perdidos en el tiempo. Y en boca de
todos estaba siempre aquella persona cargada de historias y sueños, portadora
de esperanza,"
En las bibliotecas
descubrimos, aprendemos, nos informamos, sentimos. Vivimos otras vidas. Imaginamos
que somos tortugas gigantes. Que guardamos bajo nuestro caparazón las historias
que nos han contado, los libros que hemos leído y los libros que soñamos algún
día poder leer.
Somos auténticas
bibliotecas ambulantes... y esa lágrima sabe a mar.
Pilar López Ávila (Pregón del Día de la Biblioteca
2011)
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