Sostenido por dos compañeros porque apenas si puede caminar sin ayuda, Miguel Hernández se encuentra con su esposa que lo viene a visitar a la cárcel de Alicante, la última estación de su vía crucis penitenciario. Se agarra a la reja como a un naúfrago y le da a Josefina Manresa un pequeño librito artesanal con dos cuentos, escrito e ilustrado rústicamente a mano. El destinatario final es su segundo hijo, Manuel Miguel, 'Manolillo' (el primer hijo murió a los pocos meses), al que ya había dedicado la dolorosa 'Nana de la cebolla': “Tu risa me hace libre / me pone alas./ Soledades me quita / cárcel me arranca”.
“Para cuando aprenda a leer” reza el subtítulo del cuaderno. Manresa lo guarda como un talismán y cuando el pequeño crece y comprende, sus lágrimas emborronan la tinta del librito. El poeta del pueblo poco después encontraría la muerte en aquel reformatorio de adultos (una expresión digna del actual concepto de posverdad), víctima oficialmente de la tuberculosis y de la incuria franquista, moralmente tan asesina como un fusilamiento.
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